Malena Newton Maúrtua (Lima, 1993), ha presentado en sociedad un libro que reúne una docena de cuentos de impecable factura y vuelo creativo, escritos con un rigor y un manejo de la prosa que no solamente sorprende en una escritora que debuta literariamente, sino que nos lleva a colegir que esto apenas empieza, que asistimos al inicio de un camino en el que podremos leer más entregas que, al igual que con “Una sola forma de crecer en público” (abril 2022, Editorial Planeta, bajo su sello Tusquets), nos dejarán con el indefinible pero absolutamente deseable sabor de volver a leerla.
Héctor Molina Ramos
#LeoSubmarine
Hace ocho años recibías en la Universidad de Lima el segundo puesto del concurso Un Vicio Absurdo por tu poemario Escupitajos en el mar. ¿Consideras que algo de ese vuelo poético está presente en alguno de los cuentos de este libro?
– En todo caso está presente como un vuelo accidentado, fatal. Los poemas que escribí en esos años universitarios —los primeros que escribí en mi vida— eran muy malos. Como muchos de los que se publican sin pudor y ganan premios sin sentido. Yo no creo que detrás de cada narrador haya un poeta frustrado: hay un frustrado a secas. Y eso inevitablemente nos lleva a la poesía. Supongo que a lo que te refieres es que en el libro hay muchísimas metáforas, símiles y frases que, si dejaras que el texto entero de desintegrara, probablemente —más que volar— quedarían de pie. Con eso me conformo.
¿Cómo abordaste la escritura de los relatos; cómo se fueron construyendo?
– Uno por uno, con la esperanza de ser la misma persona durante una cantidad prolongada de tiempo y que esto se notara, de alguna manera, en los cuentos. Es decir, esa organicidad etaria. Más allá de sus diferencias, me gustaría creer que se percibe que han sido escritos por alguien que intentó ser sí misma a través de ellos.
¿Cómo organizaste tus tiempos; dónde escribiste los relatos?
– En muchísimos sitios. Principalmente en Lima, pero también en algunos viajes. Muchos boca abajo, con la computadora encima de la cama, cosa que me ha malogrado —aún más— la espalda y que hoy en día ya no puedo hacer. El tiempo es algo que recién estoy empezando a domesticar. Disciplina siempre he tenido, pero no necesariamente en relación al tiempo. En todo caso, fui muy inconsciente de cuánto tiempo invertía o no en la escritura de los cuentos, no lo contabilizaba.

¿Cuánto te tomó terminar todo el volumen?
– Varios años, pero fue un proceso bastante irregular. No comencé a escribirlos con la idea de publicar un libro sino de aprender a escribir.
¿Tienen algún orden especial para ti?
– Hablar en la ducha, por ejemplo, fue el primer cuento medianamente logrado que escribí en mi vida. Luego, más que un orden, creo que los recolocaría por ambientaciones o ciertos tropos que se repiten. Un tipo ex y ¿Una contraseña es un nombre o una mentira? funcionan como un díptico por su similitud estilística; Un día por persona y 37 °C de temperamento lo hacen debido a que la acción gira en torno a dos familias y la ternura —a diferencia de los otros dos, donde lo sería la ironía— es el conductor.
¿Cómo nace el título? ¿Y la carátula?
– El título nace de una búsqueda desesperada y tortuosa, de último minuto. Está inspirado en un album y un single (del mismo album) de Lou Reed. La carátula es obra y gracia de los talentosos Moisés Díaz (ilustrador de Planeta) y Víctor Ruiz Velazco (mi editor). Creo que se conjuga perfectamente con el título.
Si tuvieras que definir este libro tuyo de relatos, ¿cómo lo harías?
– Es un libro que ofrece una visión muy particular y personal de nuestra realidad. Para mí es un tipo de realismo llevado al extremo.
¿Qué lecturas y autores han calado en ti?
– Los dos inamovibles siguen siendo Roberto Bolaño y David Foster Wallace. Yo encuentro el mismo exceso en Bolaño que este le criticó a Foster Wallace; pero a diferencia de él lo considero un atributo. Al primero lo leí sin saber que era tan influyente en las generaciones posboom. Todavía no conocía a tantos autores ni gente joven que escribiera, pero Bolaño hizo que me lo tomara en serio. A través de él entendí la importancia de la inteligencia y el carácter de un narrador: si quien escribe no procesa el mundo de manera interesante, leerlo es aburridísimo. Hay autores que uno lee y piensa «qué tela sería vivir dentro de su cabeza». En cuanto a Foster Wallace, la primera vez que leí una página suya dije «mierda, yo pienso como él escribe»; siendo muchísimo menos inteligente que él, por supuesto. Lo cual es un atributo suyo como narrador más que mío como lectora.
¿Cómo se gatilla tu proceso creativo?
– Cuando pienso en cosas que no entiendo. Yo creo que escribir cuentos es como elaborar problemas matemáticos al revés: asegurándote de que para el lector no sea posible encontrar una única respuesta o solución. Quien elabora un problema matemático lo hace sabiendo de antemano la respuesta, o por lo menos sabiendo que esa respuesta existe y es exacta. En un cuento es lo contrario, y eso hace que sea mucho más complicado escribir el «problema» que leerlo. Son las preguntas vacías las que nos inducen a escribir.

Lima se percibe de una manera cercana pero lejana a la vez, extraña pero reconocible, es un personaje importante, muy presente en los relatos, ¿cuál es tu relación con ella?, ¿qué te emociona y qué te enerva de nuestra capital?
– Es una ciudad pueblerina. Eso me enerva. Concentra a un tercio de la población de un país relativamente grande, pero no ha ampliado sus miras ni hacia adentro ni hacia afuera. Su grandeza es solo cuantitativa. No tiene ni la apertura ni el cosmopolitanismo que debería tener una capital de esas dimensiones. Sin embargo, ha cambiado bestialmente en cincuenta años, y eso de alguna manera la hace un territorio nuevo e inexplorado para los escritores. Eso me emociona. Creo que la idea del «limeño» es bastante reduccionista y ya no se restringe a unos cuantos distritos privilegiados. En las pasadas elecciones generales, Hernando de Soto —ni siquiera Keiko Fujimori o Rafael López Aliaga— ganó en el Rímac, en San Juan de Miraflores y en San Isidro al mismo tiempo. ¿Cómo explicas eso?
Hay una presencia muy poderosa de personajes anclados en los años infantiles y adolescentes, ¿sientes que las miradas que aportan son mucho más potentes que las de los adultos?
– Es algo de lo que increíblemente no me di cuenta antes de publicar el libro. No siento que sean ni más ni menos potentes que las de los adultos. En realidad, me asusta la idea de haber seguido con una tradición muy peruana donde en la literatura los niños son esos seres profundamente bobos, pero moralmente superiores, que se dan cuenta de todas las injusticias sociales que exiten en nuestra sociedad. En todo caso, espero haberlos tratado con la complejidad que se merecen.
¿A qué libros vuelves siempre?
– Voy a mencionar algunos, nada más: La conjura de los necios de John Kennedy Toole, Bartleby, el escribiente de Melville, Levantad carpinteros la viga del tejado de Salinger, La condición humana de Hannah Arendt y La maravillosa vida breve de Óscar Wao de Junot Díaz.
El poema que nunca olvidas, el verso que más recuerdas.
– Algunos versos de Mi bohemia y El corazón robado de Rimbaud. Me encanta El mundo ilustrado de César Moro; sobre todo si lo recita alguien como Norma Martínez, que lo hace con un nivel de entendimiento y honestidad que solo puede tener una gran actriz. Si hay algo que detesto es escuchar a gente recitando poesía de manera inflamada, disforzada, eructando puros ¡oh!
El cuento perfecto para ti.
– No sé si es un cuento formalmente perfecto, pero siempre vuelvo a El alma no es una forja de Foster Wallace.
¿Qué artes y artistas han llamado últimamente tu atención?
– Hace poco fui a un concierto de Rufus Wainwright, cantante y compositor gringo/canadiense que admiro desde que estaba en el colegio. Realmente sería una mujer feliz si alguna vez lograra publicar un libro que se acercara a uno de sus álbumes. Por otro lado, acaba de morir Paula Rego, una pintora portuguesa que me parece increíble. Los dos son artistas muy potentes. Sus obras están llenas de personalidad.

¿Qué te sigue emocionando, Malena?
– La gente que es capaz de sacrificar su imagen ante el mundo para hacer lo correcto. Creo que hoy a todos nos preocupa demasiado parecer buenos, y si asumir alguna verdad incómoda o aceptar que nos equivocamos implica cancelar nuestra suscripción al club ideológico al que pertenecemos, simplemente no estamos dispuestos a hacerlo. Me emociona la gente que sí. Es el eterno Camus versus Sartre.