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Columnistas invitados

Dios en las alturas. Nuestra devoción al Taytacha Qoyllur Rit’i7 min read

#YoEscriboEnLeonardo

Hay experiencias en los Andes que nos conectan fuertemente con el pasado y el presente, para proyectarnos a la promesa de un futuro mejor. Son vivencias que ocurren en un tiempo mágico, donde es posible conectar la espiritualidad de nuestras raíces ancestrales, con la religiosidad del catolicismo y del mestizaje andino. Y en ese lapso de tiempo, cargado de magia y de ritualidad, existen espacios donde la devoción se intensifica. Ello ocurre al ascender a las alturas nevadas del Apu Ausangate, durante la peregrinación al milagroso Señor de Qoyllur Rit’i.

Roxana Quispe-Collantes fotografiada por Noelia Farfán en los ambientes del Selina Cusco.


Desde muy pequeña, aún recuerdo que mis padres me llevaban a la peregrinación, continuando la tradición de sus propios padres y abuelos. En esos años, chicos y grandes caminábamos, avanzábamos y nos esperábamos en cada trecho, en cada una de las cruces ubicadas en todo el recorrido hacia el Santuario. Mis padres llevaban los víveres e implementos de cocina, frazadas y abrigos, lo suficiente para quedarnos hasta el día central. 

Todavía recuerdo que era muy agotador llegar, y también era muy duro pasar la noche allí, por el frío intenso que nos rodeaba y nos atravesaba. Por mucho que nos cubriéramos, el frío era siempre terrible. No obstante, era muy bonita la experiencia de estar con mis padres, de compartir la comida y el sueño en ese lugar tan sagrado. Rezar y estar juntos en esos días era muy grato, nos unía como familia. Salíamos de la rutina y formábamos parte de una comunidad mayor, de un mar de devotos. 

Por entonces, las personas construían pequeños muros de piedra para pasar la noche y pernoctar, no se usaban todavía carpas. Dicen que la nieve llegaba hasta casi las mismas puertas de la iglesia. Todo era blanco, los Apus estaban totalmente cubiertos de nieve. Las familias dormíamos en la falda del cerro lindante a la iglesia, pero ahora ya acampamos al frente de la iglesia, en el Sinak’ara,

Como todos los devotos, asistíamos a la peregrinación por cuenta propia, tomando distintas rutas y en distintos momentos. Algunos hacen el recorrido el mismo día central, y luego de la festividad hay quienes todavía se quedan a acampar, por días e incluso semanas. La procesión fluye como un río de muchas ramas, que abarca familias y naciones. Son naciones las provincias que llegan del Cusco, pero también de Arequipa, Tacna, Lima, de todos los rincones del país e incluso del extranjero, principalmente de Ecuador, Argentina y Bolivia. 

 

Adriana Peralta – LaMula.pe

 

Familias y naciones ascienden con dificultad, callados, cantando o alabando, pero siempre con la esperanza de reencontrarse con la divinidad, con el Taytacha Qoyllur Rit’i. Las naciones y sus comparsas portan los mejores atuendos de sus localidades, y al llegar al Santuario, mayordomos y danzantes compiten alegremente en las plataformas de baile. Pese al inclemente frío, la música se eleva al cielo, con el fervor de los devotos. 

Junto con las comparsas llegan los ukukus, pablitos o pabluchas. Personajes de la literatura de tradición oral, ellos son los que imponen el orden, siempre de manera alegre pero enérgica. Ukuku es el oso, es el que cuida el Santuario, el que cuida que se cumplan las reglas. Así, está prohibido embriagarse en la festividad, y si los ukukus encuentran a una persona ebria, la castigan y regresan de inmediato a Mahuayani. La gente avisa de cualquier falta a los ukukus. En los últimos años, ellos además son los únicos que pueden subir hasta el mismo nevado, que por efecto del cambio climático ahora está mucho más alejado de la iglesia.

A pesar de todo el caminar y del cansancio, de niña me divertía encontrar a muchos otros niños como yo, bebitos inclusive; pero también me gustaba poder ver cómo los mayores jugaban en serio con las piedritas; me sorprendía verlos comprar toda clase de bienes, viviendas, carros, e incluso dinero, siempre con piedritas. Se dice que dichas piedritas son sagradas, son parte de juegos rituales que tienen un significado profundo para los devotos. Hoy podemos encontrar dinero, podemos comprar alasitas, juguetes, miniaturas e incluso certificados de todo tipo de estudios, trabajos, estado civil, pasaportes, visas, y casi todo lo que alguien pueda necesitar. Pero siempre lo más gracioso era ver cómo se casaban entre desconocidos, con toda una ceremonia incluida y el jolgorio de los presentes. Todo es una forma de propiciar que los sueños se hagan realidad, en el espacio sagrado más cercano a la divinidad.

Una vez situados en los alrededores de la iglesia, durante el día predominaba un ambiente festivo, donde se combinaban los extremos del respeto y de la esperanza ante el Taytacha Qoyllur Rit’i, al que se adora con temor y con la ilusión de ser escuchados más directamente, como si estuviéramos más cerca de él. Pero hoy, acercarnos al señor de Qoyllur Rit’i es más restringido. Ahora no puedes quedarte ni un minuto donde la piedra sagrada, ni siquiera tocarla.

Y en las noches participábamos del Ch’akiriy, todos los devotos uníamos las manos y bailábamos frente a la iglesia, todos mezclados, en una congregación de diferentes culturas y colores. Todos unidos por una misma fe. Por su parte, las comparsas y danzantes bailaban en las plataformas, mostrando sus bellas y coloridas coreografías. Todos bailamos hasta cansarnos. De ese modo se celebra el encuentro con el Taytacha Qoyllur Rit’i, danzando y cantando como una ofrenda de nuestra fe.

Nosotros llegábamos sábado o domingo, dos días antes del día central, que siempre es martes, para así poder lavarnos en un pozo de agua que se dice que es bendito. Y nos quedábamos hasta poder recibir la bendición. Mis padres decían: “Si no recibimos la bendición, por gusto hemos venido”. Ese día llegan también personas de los lugares aledaños, con plantas que recogen del Ausangate, que dicen que son benditas, para ofrecerlas en el Hampi rantikuy, que significa “compra de plantas”. Mi mamá las compraba y nos daba un matecito, cada vez que teníamos algún dolor de estómago o de cabeza. Esas hierbas son muy efectivas, eran un regalo muy valioso para compartir con los vecinos y se guardaban para ocasiones especiales. Pero con los años ha disminuido esta costumbre.

Luego de la misa del martes, todos regresábamos a nuestras naciones, a nuestras provincias y pueblos. Por tradición, antes muchas personas llevaban bloques de hielo, los cargaban en la espalda porque se decía que eran bendecidos. Ese hielo lo llevaban hasta sus pueblos, donde las personas que no podían ir al Santuario los esperaban con ansias, para poder tomar el agua y sanarse. Incluso al Corpus Christi muchos ukukus llegaban cargados con hielo, pero ahora está prohibido. El solo hecho de lavarse con esa agua heladísima genera un efecto en el creyente, porque todo es sagrado, es lo que nos han cultivado desde pequeños, y hay muchas historias que se cuentan sobre los Apus, nuestros padres tutelares, a quienes se guarda el mayor respeto.

Al Señor de Qoyllur Rit’i se le venera con respeto y fe. Si te comprometes a visitarlo debes cumplir tu promesa; si tienes algo que pedirle o que agradecerle, debes ir con seriedad, con un regocijo que salga del corazón. Debes ser sincero porque es una divinidad severa, pero también es muy bondadoso si vas con mucha fe. El reencuentro con el Taytacha Qoyllur Rit’i siempre es un momento muy emotivo, que se repite de generación en generación. Cada año, se abre un ciclo interminable; pero que como la nieve puede menguar, y hasta incluso desaparecer, si no cuidamos con respeto y cariño a nuestra madre, nuestra querida Pachamama

Nuestros vínculos con los Apus, con el señor de Qoyllur Rit’i, con nuestras tradiciones ancestrales, con nuestra cosmovisión y nuestra ritualidad, configuran una experiencia inolvidable, que nos compromete a ser mejores personas y a vivir siempre con alegría, porque así nos conectamos directamente con la divinidad: una divinidad de muchos rostros, que reside en las alturas y en los corazones de sus devotos creyentes. 

 

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