José Donayre Hoefken: “Mi novela busca, incluso después de veinticinco años, explorar esa incertidumbre inherente a la condición humana”

Publicada originalmente en 1999, La fabulosa máquina del sueño es una obra de culto dentro de la literatura peruana.

Con una estructura fragmentaria y un lenguaje que es protagonista en sí mismo, José Donayre Hoefken, su autor, nos sumerge en una distopía donde el Estado prohíbe evadirse, y soñar se convierte en un acto de subversión. Ciencia ficción, surrealismo y erotismo transgresor se entrelazan en una novela que desafía géneros y convenciones.
Aclamada por su estilo experimental y su riqueza metafórica, esta obra es una exploración de la memoria, la identidad y el poder de los sueños. Hoy, más de dos décadas después de su publicación, su visión sobre el control, la tecnología y la fragilidad de la realidad sigue siendo inquietantemente vigente.

En el marco del XV Congreso Nacional de Escritores de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción (CONELIF) llevado a cabo hace pocos días, se presentó una edición conmemorativa por los veinticinco años de esta novela a cargo de la flamante editorial Luca Pacioli Presenta. Horas antes, pudimos conversar con Donayre, a quien conocimos justamente en los inicios de este siglo.

Jose Donayre Hoefken | leonardo.pe
Jose Donayre Hoefken

José, tu novela explora esa difusa línea entre la realidad y los sueños, se trata de un tema que resuena todavía más en este tiempo de realidades virtuales y experiencias digitales inmersivas. ¿Crees que la evolución tecnológica actual ha alterado nuestra percepción de la realidad y, por ende, la relevancia de tu obra en este nuevo contexto?
La línea entre sueño y realidad siempre ha sido difusa, incluso antes de la era digital. Mi novela busca, incluso después de veinticinco años, explorar esa incertidumbre inherente a la condición humana. Tal incertidumbre es la sensación de que la realidad que percibimos es tan solo una interpretación de nuestro cerebro. Lo que sucede actual con la tecnología es que las realidades virtuales y la inmersión digital amplifican esa sensación. Antes, la fantasía se limitaba a nuestros sueños y a la ficción; ahora, la tecnología nos permite crear y experimentar realidades alternativas de una manera mucho más plena y convincente. Esto ha alterado nuestra percepción de la realidad de manera significativa. Ahora nos enfrentamos a un nuevo desafío: diferenciar con claridad lo real de lo simulado. Esto, a su vez, brinda una nueva manera de decodificar mi novela. La tecnología ha creado nuevas herramientas para la exploración de la conciencia y el yo, y esto enriquece el debate que la novela intenta plantear. Al parecer, por lo que críticos e investigadores plantean en años recientes, mi novela no ha pedido vigencia, más bien ha ganado capas de significado en este nuevo contexto. En lugar de volverse obsoleta, se ha convertido en un artefacto por medio del cual podemos examinar y comprender en algún grado nuestra compleja relación con la realidad en la era digital.

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Primera edición de La fabulosa máquina del sueño, 1999.

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Actualmente las grandes corporaciones y los algoritmos ejercen un control sutil pero omnipresente sobre nuestros deseos y elecciones.
¿Cómo comparas la forma de control distópico de tu novela con las formas de control en la era digital actual?
En mi novela, el control se ejerce por medio de mecanismos más visibles, aunque no por ello menos sutiles. Se trata de un control que, si bien no es explícitamente totalitario, opera mediante la manipulación de la información y la limitación de las opciones disponibles para los personajes. Se trata de un control más directo, quizá más brutal en algunos aspectos, pero menos omnipresente que el que ejercen hoy las grandes corporaciones y los algoritmos. Me parece que la diferencia fundamental radica en la escala y la sutileza. En mi novela, el control se centra en un grupo específico de personas, en un espacio geográfico delimitado, aunque incierto. En la actualidad, el control digital es global, afecta a miles de millones de personas y opera a un nivel mucho más profundo y complejo, influyendo en nuestros pensamientos, deseos y elecciones de una manera casi imperceptible. Los algoritmos nos presentan una realidad filtrada, segmentada, personalizada, que refuerza nuestros sesgos y nos mantiene dentro de “burbujas” informativas. Esto no es una imposición directa, como ocurre en mi novela, sino una persuasión constante, una manipulación a través de la sugestión y la recompensa mediante pulgares arriba y corazones. Es un control más sutil, más difícil de detectar y combatir, pero potencialmente mucho más eficaz. Lo cierto es que ambos tipos de control comparten un elemento común: el manejo tendencioso de la información. En mi novela, la información se controla por medio de la censura y la propaganda; en la era digital, se logra mediante la selección algorítmica y la publicidad dirigida. En ambos casos, el resultado es el mismo: la limitación de la libertad individual y la manipulación de la opinión pública. Si bien las formas de control son diferentes, la esencia permanece: el poder manipula la información para controlar a las personas.
Mi novela se suma a muchas otras —anteriores y posteriores— en las que prima una advertencia, una premonición de las formas en que la tecnología, si no se maneja con responsabilidad, puede ser utilizada para ejercer un control que podría pasar inadvertido, reduciéndonos a insectos muy funcionales, propios de una ciudadanía corporativa, como lo propongo en la página 39 de la nueva edición.

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La fabulosa máquina del sueño, 2024, Suburbano Ediciones, Miami 2024.
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José Donayre Hoefken, 1999.

Desde el año de su publicación hasta hoy, siempre se ha destacado la calidad del lenguaje como un protagonista en sí mismo. Con la proliferación de la comunicación digital y la inmediatez de la información, ¿cuánto crees que ha cambiado el papel del lenguaje en la literatura y en la sociedad desde la publicación de tu novela?
En lo personal, valoro sobremanera el lenguaje porque es la herramienta que nos permite explorar tanto emociones y pensamientos —el alma humana— como la complejidad de la realidad. Nada es posible en términos humanos sin el lenguaje. Nuestro acervo reposa sobre los cimientos del lenguaje.
En 1999, cuando publiqué mi novela, el lenguaje aún se empleaba, digamos, como se hacía desde que empezó la era de Gutenberg, o sea, como un medio para transmitir masivamente ideas de manera profunda y evocadora. Hoy en día, con la proliferación de la comunicación digital y la inmediatez de la información, el lenguaje ha cobrado un nuevo significado. La rapidez y la brevedad son las características dominantes, y el lenguaje se ha adaptado a esta nueva realidad. Los mensajes instantáneos, los emojis y el discurso informal han transformado la forma en que nos comunicamos. No obstante, no creo que el lenguaje haya perdido su profundidad, solo ha evolucionado, se ha adaptado a las nuevas formas de expresión. En este sentido, la literatura continúa siendo un espacio para la exploración del lenguaje, para la búsqueda de nuevas formas de decir lo que no se ha dicho antes. El escenario ha cambiado y esto hay que aceptarlo como una oportunidad expresiva, pues la literatura se enfrenta ahora a un nuevo desafío, es decir, a cómo integrar el lenguaje digital, la inmediatez y la informalidad, sin perder la profundidad y la belleza del lenguaje clásico o tradicional.

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De izquierda a derecha: Ricardo Sumalavia, José Donayre, Pilar Garavito e Iván Thays, presentadores de la primera edición y el autor.
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Nethanel Aparicio, José Donayre (centro) y Tais Zevallos, presentadores de la edición conmemorativa y el autor.

En un escenario global donde la información se almacena y se comparte digitalmente, ¿de qué manera crees que ha cambiado nuestra relación con la memoria y la identidad?
La manera en que almacenamos y compartimos información de modo digital ha transformado profundamente nuestra relación con la memoria y la identidad. Antes, la memoria era algo más orgánico, biológico y personal, ligado con experiencias sensoriales y, por supuesto, a la narración oral —alrededor de una fogata que iluminaba una caverna— o escrita en un quipu, un papiro, una piedra o un libro. La identidad se construía mediante la acumulación de recuerdos, de la transmisión de una generación a otra de historias y tradiciones. Esto sí que ha cambiado; ahora la memoria se halla externalizada. Delegamos la tarea de recordar en dispositivos digitales. En un USB o una nube (algo más abstracto) guardamos fotografías, videos, documentos, mensajes. Esta externalización tiene consecuencias importantes. Por un lado, nos permite acceder a información del pasado de forma inmediata y fácil. Podemos revivir momentos, compartir recuerdos con otros, construir narrativas colectivas. Pero también estamos expuestos a perder todo —y así volver a la edad de piedra de un día para otro—, si de pronto una violenta tormenta solar (como la ocurrida en 1859) arrasa con nuestra cultura digital.

Por otra parte, la dependencia de la tecnología para recordar está debilitando nuestra propia capacidad mnemotécnica. De niño yo recordaba más de veinte números telefónicos, ahora con dificulta consigo recordar mi número de celular y nunca aprendí el de mi último teléfono fijo. Si confiamos en que la tecnología recordará por nosotros, podemos perder la facultad de recordar, de evocar, de construir nuestra propia narrativa personal. La memoria se vuelve fragmentada, dispersa, a merced de algoritmos y de la capacidad de los dispositivos para almacenar y recuperar la información. Todo esto es muy peligroso en estos tiempos de autoritarismos. Los recientes cambios en el LUM, así como la censura a creadores de ficción puesta en práctica en instituciones como la Casa de la Literatura y el Ministerio de Cultura para acallar voces que insisten en recordar la violencia política de la década de 1980 y parte de 1990 o denunciar los horrores del presente resultan muy perturbadores.

En cuanto a la identidad, la era digital la ha vuelto más fluida, más maleable. En línea, podemos construir diferentes versiones de nosotros mismos, adaptándonos a diferentes escenarios y públicos. Podemos controlar de una manera hasta hace muy poco impensable nuestra imagen y, sobre todo, nuestro discurso personal, pero esta flexibilidad también puede generar una sensación de falta de autenticidad, de desconexión entre la identidad en línea y la identidad fuera de esta. La identidad se vuelve una construcción en constante deconstrucción, una performance en permanente negociación con la tecnología y con las expectativas de los demás.

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Performer del monje Luca Pacioli y el autor con la novela en manos.


Los aniversarios, de alguna manera, nos obligan a mirar en retrospectiva; ¿cuál es tu mirada 25 años después de publicada “La fabulosa máquina del sueño”?
A veinticinco años de su publicación, siento una mezcla de nostalgia y asombro. Nostalgia por cómo ese proceso creativo me transformó, me convirtió en otra persona (cuestión que nada tiene que ver con el hecho de que apenas me reconozco en las fotos de ese entonces, sino más bien con la pérdida de la inocencia de un escritor primerizo que compartía una historia con una comunidad que nunca se convirtió en legión). Asombro por cómo la novela ha resonado con ciertos lectores en el transcurso de los años, cómo ha persistido (o trascendido mínimamente) el contexto en el que fue escrita. En 1999, el mundo digital estaba en pañales. Mi estrategia ficcional fue brindar un porvenir tecnológico impreciso, desdibujado, enrarecido, decadente, resquebrajado, nada feliz. Jugué con elementos de ciencia ficción que se entrelazaban con los códigos de lo gótico, lo punk, lo surrealista y lo metafórico-simbólico de lo mítico. Es una novela que explora la fragilidad de la memoria, la fluidez de la identidad, la manipulación de la información. Temas que continúan siendo relevantes, quizás incluso más, en un mundo cada vez más digitalizado, en el que la información se manipula con mayor facilidad y la privacidad se erosiona día a día.

¿Qué despierta en ti esta nueva edición que es el kick off de Luca Pacioli Presenta como editorial?
Si bien en 2024 se publicó una edición por los veinticinco años de “La fabulosa máquina del sueño” en Miami, bajo el sello Suburbano Ediciones, la cual circula básicamente en Estados Unidos, la nueva edición desarrollada por Luca Pacioli Presenta constituye para mí la oportunidad de reencontrarme con mi primer libro de ficción, de visitarla otra vez a la luz del tiempo transcurrido. Leer el prólogo que Elton Honores ha escrito para esta edición ha sido muy gratificante; al parecer, mi novela no ha envejecido, y eso, de algún modo, refleja que tuvo un aporte.

Por otra parte, la editorial decidió empezar su catálogo con mi primer libro, a manera de rescate literario. Esto es un honor, pues encabezo una lista de títulos muy relevantes que se publicarán próximamente. Su trabajo echa mano de mucha creatividad y sentido lúdico. Es claro que homenajea la serie estadounidense Alfred Hitchcock Presents (Alfred Hitchcock Presenta), que se produjo entre 1962 y 1965, la cual seguí con devoción en la década de 1970. Se ha escogido a Luca Pacioli como anfitrión, un sabio fraile franciscano que vivió entre los siglos XV y XVI, quien es todo un personaje.

El sello me atrajo por su enfoque, por su compromiso con la calidad literaria y por su visión innovadora. Espero que esta flamante edición de mi novela llegue a nuevos lectores y que además suponga una oportunidad para que dialogue con el presente, para que sus temas resuenen con la realidad de hoy.

La tecnología ha avanzado mucho desde que escribí la novela, pero los temas centrales —la memoria, la identidad, la relación entre la realidad y el sueño— son aún muy relevantes. Que esta edición de Luca Pacioli Presenta permita conectar a los lectores con la novela de una manera fresca y significativa, y que les invite a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos.

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La fabulosa máquina del sueño, 2024, Suburbano Ediciones, Miami 2024.

¿Cómo sientes que has evolucionado en todo este tiempo, José, como persona, como escritor, como lector?
Como persona, supongo que he evolucionado de manera inevitable. Las experiencias vividas, los encuentros con otras personas, los desafíos y retos de la vida lo terminan de moldear a uno. Esto enriquece nuestra perspectiva del mundo, nuestra cosmovisión. Supongo también que he aprendido a apreciar la complejidad de la vida, la belleza de la imperfección, la importancia tanto de la empatía como la resiliencia, y digo esto último deseando que no me reduzcan a un escritor de autoayuda.
Como escritor, supongo que he madurado mi estilo y he refinado mi técnica; de lo que estoy muy consciente es que he explorado nuevas formas de expresión. En este aspecto, he aprendido a ser más conciso, más preciso, menos huachafo, grave y ampuloso. Es muy importante transmitir nuestras ideas con mayor claridad y profundidad. Cada libro que he escrito a partir de 1999 ha sido un aprendizaje y una decepción que me ha impulsado a pensar en una nueva historia.
Como lector, mi horizonte se ha ampliado considerablemente. He explorado diferentes géneros, autores y estilos, enriqueciendo mi comprensión de la literatura y del mundo. He aprendido a apreciar la diversidad de voces, sustratos y perspectivas, a descubrir y valorar la belleza en la diferencia. La lectura es una fuente inagotable de motivación, y esta me ha llevado inexorablemente a aterrizar como editor y gestor cultural, mediante mis marcas Maquinaciones y Cafca.

¿Qué te sigue emocionando?
Lo que más me emociona es la capacidad de la literatura para trascender las barreras del espacio-tiempo, para generar empatía, para despertar emociones, para provocar reflexiones. Me emociona la posibilidad de crear mundos o universos, de dar vida a personajes, de explorar la complejidad de la condición humana mediante la ficción. Esto lo digo como autor y editor: me emociona y satisface desarrollar proyectos editoriales y cumplirlos en los plazos.
Me emociona —y mucho— no haber perdido mi capacidad de asombro ante nuevas formas de expresión, ante distintas maneras de contar historias o de experimentar con el lenguaje. Me emociona igualmente presentar un nuevo título y, sobre todo, uno antiguo como “La fabulosa máquina del sueño”. Espero que esta edición signifique un encuentro con lectores y procure intercambio de ideas. Me emociona, por último, saber que mis historias puedan llegar a lectores de diferentes culturas, de diferentes generaciones, es decir, a personas que aún no habían nacido. Eso es realmente mágico.

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José Donayre Hoefken, 25 años después.

Por Leonardo

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