#YoEscriboenLeonardo
Diana Foronda

La mayoría de veces, cuando uno es adolescente no cuenta con los recursos económicos para hacer todo lo que quisiera en este momento. En mi caso era comprarme una guitarra Gibson, o ya bajándole bastante la escala, una guitarra eléctrica que al menos llenara el vacío, sin maltratar mi bolsillo. Otra de las cosas soñadas era poder ensayar con mi banda horas y horas sin interrupciones. Y si podías tener tu propia sala, mejor, pero ese no era el caso.

Era el año 2000 y junto a Área7, mi banda de chicas rudas, empezábamos a tocar regularmente pero a cobrar irregularmente (o mejor dicho nunca). Derecho de piso le llaman. Estábamos dispuestas a pagarlo con éxito, con instrumentos prestados pero con éxito.

Una tarde de ensayo en la recordada sala “All Music” que quedaba en el sótano del centro comercial Caracol de Miraflores, teníamos como plan tocar dos horas seguidas para un concurso que pretendíamos ganar. Esta sala tenía unas lunas por las cuales podías ver a las personas bajando lentamente mientras ensayabas (las escaleras eran un suicidio).  A veces la gente se quedaba viendo cómo ensayaba ese grupo raro de chicas, cómo tocábamos los instrumentos y cuál era nuestra dinámica o simplemente como estábamos vestidas –casi casi como una especie de exposición de arte o algo por el estilo. Volviendo a las escaleras suicidas y a la tarde del ensayo, escuchamos lo que ninguna banda joven desea escuchar: “chicas, última canción”.

Pasaron diez minutos mientras hacíamos nuestra chancha pero no estaba funcionando, los cálculos nos jugaban en contra una vez más. Ya casi saliendo de la sala de ensayo sin nada más que hacer, vimos que un señor de camisa a cuadros y pantalones marrones se acercaba al dueño para decirle algo; pude leer sus labios cuando dijo “no te preocupes yo les pago la hora que falta”.
Nos miró, lo miramos, nos miramos y sí, era el gran Gerardo Manuel, ícono del rock nacional, popular por ayudar a bandas nuevas, como nosotras en ese momento, conductor de “Disco Club” y papá de un chico churrísimo llamado Gerardo Manuel Jr. quien seguramente en este texto se enterará que era nuestro crush.  Qué suerte que tuvimos ese día!

Prendimos nuevamente el equipo y ensayamos una hora más. Gerardo Manuel se sentó frente a la luna y nos evaluaba y se reía porque nos reíamos y viceversa, definitivamente fue una de las horas más largas de mi vida. Fieles a nuestro espíritu adolescente medio ridículo pero muy espontáneo salimos de la sala gritando: “¡Señor Gerardooooo Manuelllll…muchas gracias! ¿Nos podemos tomar una foto?”, sonriendo, accedió sin problemas.

Ahora que Gerardo Manuel ha partido a un lugar lleno de paz solo me queda recordar esta anécdota con mucho cariño y nostalgia.
También decirles a sus hijos que han tenido al mejor padre del mundo y compartirle a la nueva generación que lo mejor no se encuentra en los smartphones, se encuentra en la vida real.

Descansa en paz, Maestro. El rock seguirá siendo cultura y tu legado continuará en cada acorde de aquellos músicos incomprendidos a los que se les promete mucho y se les cumple poco.

Hiciste historia y apoyabas sin preguntar: ¿cuántos seguidores tienes en Facebook?

 

 

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