#YoEscriboEnLeonardo

Desde que tengo uso de razón el arte fue parte de mi vida. Crecí en la casa hacienda de mi abuela en Ica y estuvimos allí hasta los ocho años. Posteriormente  el terrorismo nos obligó a viajar y empezar una nueva vida en Lima.

Dentro de los recuerdos más latentes de mi niñez aparece mi papá dibujando y siempre motivando ese lado especifico del arte, el dibujo. En la época escolar, ya en Lima, otros recuerdos se unen a esta línea de tiempo. En cuarto grado conocí a mi profesor de arte Aliosha Valle, gran artista y muy cotizado hoy en día. Curiosamente, en aquel tiempo, el profesor Aliosha se centraba mucho en mis ganas por crecer en el dibujo, específicamente en el carboncillo.  Nos quedábamos horas extras en el colegio, con permiso de mis padres, perfeccionando la técnica, el degradado, el uso del algodón, de la mano sobre el carbón y detalles que nunca se fueron de mi memoria.

Quizá no me crean pero mientras otros niños pedían ir al cine o a un parque de diversiones, mi hermana y yo íbamos a exposiciones de arte del profesor Aliosha, teníamos apenas nueve años, era un poco extraño pero desde esa edad ya sabíamos que queríamos estudiar arte. El “no hijita, el arte no es una carrera completa” vendría más adelante.

Fui creciendo, no era muy brillante con los números pero cuando hacía un trabajo en la clase de arte la profesora me tildaba de mentirosa y afirmaba que mi mamá me hacía los trabajos –profesora  loca e incrédula. Es en la secundaria cuando descubro el tatuaje y me vuela el cerebro. Y también fui explorando otros tipos de dibujo. Me llamó la atención la publicidad, el diseño gráfico, me gustaban las cámaras (siempre me gustó la cámara) entonces mi carrera definitivamente era Ciencia de la Comunicación. Acabé maratónicamente la carrera, me gradué, hice algunos cursos de diseño digital, trabajé en algunas agencias de publicidad y también empezó una suerte de mala racha en el amor.

El amor, tan bonito y tan agrio a la vez –pero es algo que agradezco porque fue una decepción amorosa la que me decidió aprender a tatuar. Admito que le huía porque sí, tenía amigos tatuadores que me decían “chata aprende, sí la haces” pero siempre le tuve mucho respeto porque, honestamente, también tenía miedo.
Por aquel entonces ya estaba mega tatuada, la conciencia del dolor se va yendo con la luz del alba de cada tatuaje que te haces, además es súper adictivo. Fue a fines del 2017, inicios del 2018; desperté y sabía que tenía que poner en marcha mi cerebro, llevarlo hacia algo nuevo y retador, despertar del letargo de la relación fallida: es aquí cuando el equipo de Coyote’s Tattoo me da la oportunidad de aprender a tatuar.

Foto: Lukas Isaac

Fueron dos meses muy divertidos y logré mi cometido, mantenerme ocupada. Llegaba a las clases de mi profesor Renzo Ramírez antipáticamente puntual, hacía mis tareas, practicaba todas las noches –incluso me ofrecí de modelo en clase para que mis compañeros practiquen, estaba extasiada pero vaya que era difícil, fue muy difícil.

Soy de una raza sin vergüenza en el buen sentido de la palabra: preguntaba, investigaba, veía los movimientos de mis amigos profesionales, cómo usaban la máquina, a qué velocidad, etc., supongo que habré caído pesada así que, desde aquí les pido perdón…ja ja ja.
Luego de un año de práctica, de tatuarme a mí misma, de errores y aciertos, frustraciones y sobre todo, de procesar mucha información de tatuadores con años de experiencia, me lancé a la piscina y me encantó.

No voy a decir que todo es color de rosa, existe mucho ego en el circuito pero trato de mantenerme alejada y enfocada en lo mío.
Sumergida en este mar de tinta me llamó la atención el trabajo de las tatuadoras que veía por redes sociales. Mujeres diferentes, con técnicas únicas, trabajadoras y seguras de sí mismas. Me gustó ver cómo este grupo de chicas se apoyaba, en general me gusta ver cuando nos apoyamos entre chicas.
Estas son tres guerreras que nunca me negaron un consejo en los casi tres años que llevo tatuando, sigo su trabajo y las admiro; son versátiles y fuertes, muy fuertes:

MINA MERCURY
@mina_mercury

Conocí a Mina tatuando en un estudio en Miraflores, ella ya con mucha experiencia y yo recién empezando. Me sorprendió lo fácil que fue conversar con ella, así que aproveché cada momento que me la cruzaba para hacerle alguna pregunta técnica o contarle alguna frustración. Para mí, Mina maneja la escala de grises a la perfección, estoy al día con el trabajo que publica en redes sociales para seguir aprendiendo de su arte:

Llevo cuatro años metida en el mundo del tatuaje. Comencé como una niña queriendo usar su imaginación para poder ganarme la vida. Terminé mis estudios como diseñadora e ilustradora los cuales fomentaron mucho mi desarrollo artístico.

¿Cómo te ha ayudado el arte del tatuaje a superar los momentos difíciles de la vida?
“Más que el tatuaje en mi caso, la ilustración en general, en ella me refugio y puedo crear lo que luego puede ser una gran pieza para tatuar. El dibujo es mi mantra”.

¿Qué les dirías a las chicas que desean aprender a tatuar?
“Que trabajen en sus sueños, que aprendan y dibujen siempre, que hagan sus propias creaciones. Jamás pongan la rodilla al piso por nadie. Sobre todo, diviértanse, porque a veces es rudo ser mujer en un mundo de hombres, especialmente en Latinoamérica”.

FÁTIMA FORONDA
@fatimaforonda

Fátima Foronda es mi hermana gemela y a la que amo demasiado. Fati aprendió a tatuar al poco tiempo que yo y a partir de allí, aprendemos la una de la otra, nos motivamos cada vez que las cosas no van bien y nos felicitamos cada vez que la situación mejora. Admiro su trabajo, admiro su valentía y fuerza porque solo ella y yo sabemos los retos que nos ha puesto la vida y la manera en que nuestra sangre sale a superarlos:

Siempre quise aprender a tatuar. Me gustaba visitar por horas los estudios de Bajada Balta y me sentía cómoda viendo los diseños y los diferentes estilos. En ese entonces admiraba el estilo americano tradicional de Sailor Jerry y a algunos tatuadores nacionales.

¿Ha sido un camino difícil de emprender?
“Sí porque los equipos no son económicos, hay que practicar mucho, encontrar tu propio estilo y sobre todo aprender a ser versátil, darle seguridad y comodidad a los clientes”.

¿Cómo ves el circuito de tatuadoras en Perú?
“Veo que las mujeres están aprendiendo diferentes técnicas, hay muy buenas tatuadoras peruanas a quienes sigo y las felicito por sus trabajos pero sobre todo cuando mantienen los pies en la tierra y siguen siendo humildes como el primer día, respeto mucho la humildad”.

IULIA RIOS
@iuliarios

Iulia Ríos es socia y dirige el Estudio de Arte Pinto, donde César Pinto (para mí, el mejor tatuador del Perú) encabeza la lista de talentosos tatuadores. La tarea de Iulia es muy retadora ya que además de dirigir uno de los mejores estudios de tatuajes del país,  también es madre y maquilladora profesional, ¿cómo lo hace?:

¿Cuál es la actitud correcta para que una mujer pueda manejar un estudio tan popular como Estudio de Arte Pinto?

“No sé si exista una fórmula, en mi caso soy una persona con mucho carácter y súper organizada, cuando me sumergí en el mundo del tatuaje vi mucho desorden e informalidad. Eso es lo que intentamos traer una propuesta diferente. Un espacio agradable, formal, con horarios y sobre todo respeto al artista y al cliente y eso ha tenido un impacto positivo.”

¿Existe machismo en este circuito?
“El machismo está en todos lados, lamentablemente. El rubro del tatuaje no es ajeno. Buscaban a la mujer solo para recepcionista o para que se deje tatuar «ciertas» partes del cuerpo para exhibir. Hoy en día veo, con alegría, a muchas chicas metiéndose a nuestros talleres para aprender a tatuar o tatuándose, aún con temor en los ojos pero con una fuerte convicción de que eso es lo que quieren. Hay muchas mujeres tatuadoras que han sabido hacerse de un nombre gracias a su trabajo. Eso es hermoso, estamos avanzando.”

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