#YoEscriboEnLeonardo
Ximena Vega Amat y León – CEO Claridad Coaching Estratégico

Después de estar más de 100 días varada en Sudáfrica, les cuento lo más interesante de esta experiencia, de unas vacaciones (casi) sin retorno.

Desde que fui mamá hace casi 20 años, decidí bajar un poco las revoluciones y no ser tan workaholic. Dentro de mis objetivos, está al menos tener un viaje de vacaciones con mis hijos al año. El 7 de marzo del 2020 salí de Lima con ellos y mis papás con rumbo a Sudáfrica. Esta vez, mi esposo Pedro se quedó en Lima resolviendo temas de trabajo. En ese momento, no había casos confirmados de Coronavirus ni en Lima ni en Sudáfrica.

Al día 9, nuestro viaje se truncó. Se decreta el cierre de fronteras en Perú y en las horas siguientes tratamos de volver 6 días consecutivos, intentando acercarnos a América del Sur por Dubái, Qatar, Sao Paulo o Buenos Aires, pero todos los vuelos fueron cancelados uno tras otro. Ahí empezó la frustración de quedarnos con los boarding passes en la mano y las maletas listas sin posibilidad de volver. A los pocos días, el presidente Ramaphosa decreta cierre de fronteras e inicio de la cuarentena en Sudáfrica. Con eso, no teníamos ninguna opción de abordar vuelos comerciales en meses.

Nos instalamos en un departamento en Johannesburgo y nos pusimos en contacto con la Embajada de Perú en Sudáfrica. Entonces, descubrimos que éramos 120 peruanos en las mismas condiciones, algunos en Cape Town, Johannesburgo, Durban, Zimbabwe, Zambia, Namibia y Kenia. El grupo incluía a personas con anemia, asma, hipertensión arterial y otros problemas de salud que si se complicaban con Coronavirus eran mortales.

Una de nosotros tenía 80 años, dos estaban embarazadas, varios tenían a sus hijos chicos o a sus papás dependientes en Lima. Algunos de nosotros vinimos por turismo, otros por trabajo, otros con beca de estudios.

Absolutamente todo cancelado. Algunos de los peruanos estaban en el medio del mar cerca a la costa de África, varados en cruceros. Otros eran mineros en Zambia y se habían quedado sin trabajo por tiempo indefinido.

La vida en cuarentena

Cuando tu ritmo de trabajo suele ser intenso, y además tratas de equilibrar con éxito la vida personal, profesional y familiar, la vida en cuarentena parece una broma de mal gusto. Estar encerrada era como poner freno de mano a la vorágine de mi día a día. Al final, este ímpetu trasciende y busca la manera de seguir adelante. Entonces, llegó el momento en que logré organizarme para cocinar por la mañanas, hacer las compras, entrenar al menos una hora al día y además, conectarme entre 3 de la tarde y 10 de la noche para reunirme con mi equipo y clientes en Claridad. Ser gerente de una empresa a larga distancia no hubiese sido tan difícil, si no fuera por las 7 horas de diferencia que tenía en Sudáfrica.

El máximo esfuerzo fue sumar, además de todo lo mencionado, mis clases en la Maestría de la UPC. Me apasiona dictar y en la UPC lo hago ya hace 12 años. Pero nunca se me ocurrió que esa pasión me llevaría a dar clases de 2 a 6 de la mañana, varias veces por semana. Al comienzo, la verdad pensé que era absolutamente imposible. Pero cada clase me llenaba de energía y me encontraba a mí misma tomando desayuno a las 6:30 am, muy orgullosa de haber logrado compartir con mis alumnos 4 horas consecutivas de madrugadas muy productivas.

El problema con las pruebas

Sudáfrica se caracterizó por tener un manejo de contención del Coronavirus bastante acertado. Mientras que en Perú alcanzaban los 237,000, en Sudáfrica llegaron a 76,000 con casi el doble de habitantes que nuestro país. Existen dos lecturas posibles a esto: primero, el presidente Ramaphosa dividió al país en “bloques de obediencia” y sacó al ejército en los lugares en los que no se estaba siguiendo la cuarentena de manera rígida. En la zona en donde estábamos nosotros, la gente es súper respetuosa de las normas. Las calles se mantuvieron desiertas, no se permitió la venta ni el consumo de alcohol, ni siquiera dentro de las casas. Para salir a comprar, era obligatorio el uso correcto de mascarilla, en los supermercados y farmacias (lo único abierto) te recibían con alcohol, control de temperatura y un estricto seguimiento a la distancia social dentro de los establecimientos.
Un día, mi hija salió sin mascarilla y en vez de volver le propuse caminar media cuadra a comprar otra. En esa media cuadra, la policía nos paró dos veces y un agente de seguridad nos acompañó hasta la farmacia y no se fue hasta que compramos la mascarilla nueva.

En las zonas de Sudáfrica más desobedientes, el ejército disparaba balas de goma a quienes incumplieran la cuarentena. En paralelo, se organizaron para distribuir comida a las familias más pobres. Así, nadie tenía necesidad de salir, pero al mismo tiempo, el gobierno entendía que en el nivel máximo de pobreza, si no los mataba la enfermedad, los mataría el hambre. Algo que no se podía permitir.

La actitud de la gente

Mientras nosotros batallábamos por diferenciar las fake news de las noticias reales, algo muy difícil mientras estas lejos y tu única fuente de información es masivamente online, algo me sorprendió muy gratamente en la actitud de los sudafricanos.

El primer impacto fue a nuestra llegada, en el aeropuerto. La gente atendía en las tiendas y en los restaurantes bailando y cantando en Afrikaans. En cualquier circunstancia, nos recibían con una sonrisa y paciencia infinita. Todos se mostraban genuinamente contentos de interactuar, de trabajar, de vivir. Así, descubrí la maravillosa palabra UBUNTU. Cuando busqué su significado, aprendí que es una regla ética sudafricana que se enfoca en la lealtad y gratitud en la relación con la gente y lo que te rodea. Literalmente, lo tienen inoculado en el ADN. Esta palabra no tiene una traducción literal al castellano, pero hay frases que la tratan de graficar: “Si todos ganan, tú también ganas”; “Una persona se hace más humana a través de su relación con otros”; “Yo soy porque nosotros somos”; “El bien común es por lógica el bien propio”. Responde a los valores de empatía, solidaridad y humildad.

El manejo del gobierno

En la fase 5, el más rígido nivel de cuarentena, solo se podía salir a comprar comida o remedios. Ninguna otra salida estaba permitida. El toque de queda era entre las 8 de la noche a 5 de la mañana. Aquí es que se prohibió por completo tomar alcohol y la venta de cigarros. En este momento de encierro total, nos ayudó mucho generar rutinas, incluir deporte, estudios, matricularnos en cursos, establecer horarios de comidas, juegos de mesa…hasta aprendí a cocinar.

En la fase 4, se liberaron ciertas industrias, comida, higiene, librería y ropa de invierno, gasolina, servicio de reparaciones en casas. Se retomó la minería, la producción de ropa, de cemento y construcción, pesca, petróleo y refinerías, telecomunicaciones y correo. Lo medios volvieron a transmitir en vivo desde sus sets. Se mantuvo la ley seca.

En la fase 3, el gobierno estaba particularmente preocupado por la zona de costa, pues tenían el doble de casos que el resto del país. Entonces, el país estaba dividido en zonas. Algunas se mantuvieron en nivel 5, otras en 4, algunas pasamos al nivel 3. Se abrió con limitaciones el traslado interno.

Todos los mayores de 60 tenían que mantenerse en casa. Se recomendó a las empresas mantener y priorizar el home office dentro de lo posible, así como la educación online. La gente volvió a trabajar a las oficinas en tercios, hasta 50 personas a la vez y manteniendo la distancia social.

El retorno

La vida es una eterna lección. Durante este viaje, escuché una frase que me impactó sobremanera y que pretendo guardar para siempre: “I am the master of my faith, I am the captain of my soul” (“Soy el dueño de mi fe, soy el capitán de mi alma”), extracto de un poema que sirvió de inspiración a Mandela mientras estuvo preso en la Isla Roben.

Después de más de 100 días en África y varios días de viaje, nuestro vuelo de retorno cruzó el Atlántico trayendo a casa a peruanos desde Cape Town, Johannesburgo, Durban, Buenos Aires y São Paulo. Compartió esfuerzos de cuatro naciones: Perú, Sudáfrica, Argentina y Brasil.

Todo fue parte de un engranaje de filigrana que se tuvo que ensamblar a punta de paciencia y empuje. Todos hicimos fuerza común: la Embajada, la Cancillería, los peruanos varados, nuestras familias y amigos.

Hemos aprendido, hemos crecido, hemos resistido, hemos reído, hemos vivido minutos al borde de un infarto. Volvimos recargados de fuerza y seguros, hoy más que nunca, de que todo pasa. Y que además, todo pasa por algo.

Gracias, Sudáfrica. Hola, Perú.

Por Leonardo

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