#YoEscriboEnLeonardo
MÚSICA PERUANA: LOS MEJORES LANZAMIENTOS DE FEBRERO
#Leonardo
Las mejores producciones locales llegaron con álbumes y sencillos de power pop, reggaetón, pop andino, world music y música global de raíz afroperuana.
El nuevo single de Alejandro y María Laura se presenta como una historia de migrantes que anhelan encontrar su lugar en el mundo. Sobre un telón musical de guitarras africanas, ritmos tropicales, pulsos de jazz, acentos latinoamericanos y un puente de armonías californianas, escuchamos a la pareja de cantautores peruanos evaluar qué es lo han dejado atrás y qué es lo que han encontrado al salir de su país. Sin embargo, desde otro orden de cosas, la canción parece un comentario a los problemas estéticos que rodean a la “world music”. “Estoy un poquito allá y un poquito aquí / buscando el camino que me lleve del fruto a la raíz”, señala Alejandro Rivas al final de la primera estrofa, y, unas líneas más adelante, María Laura Bustamante se pregunta: “¿cómo hacer para quedarme y volver?” Como todos los artistas que pretenden hacer “world music”, el dúo peruano sabe que debe conservar su ADN –el acento del migrante y la historia personal que lo autentifica– pero su atuendo debe ser cosmopolita –ese toque africano estilizado por las disqueras europeas, ese elocuente pulso universal que asociamos con el jazz–, al final, será este atuendo el que le permitirá ser un artista regional, pero, al mismo tiempo, “global”. “¿Cómo hacer para quedarme y volver?”, se preguntaba María Laura Bustamante antes del segundo coro. Pero la pregunta es retórica. El dúo siempre supo su respuesta. Por eso escribieron esta canción.
Como el viejo rock ’n’ roll, la meta del reggaetón es simple: liberar las pulsiones de la libido sobre un crudo y elemental ritmo de baile; además, tal como ocurre con otras prácticas artísticas, en sus mejores momentos ambos géneros son un ejemplo de la vigencia del axioma “menos es más”. Este reggaetón del productor y cantante peruano KLAUT es una prueba de ello. Reduciendo sus componentes a la mínima expresión –la insistencia infantil del pulso enfatiza su carácter obsesivo, la simpleza y descaro del fraseo vocal encarna su lascivia– la canción cumple con creces su objetivo: justificar su lujuria ante el oyente exhibiendo el objeto de su deseo del modo más obsceno que le sea posible.
El single más reciente de Max Castro nos presenta una declaración de amor en medio del carnaval ayacuchano. Para dar forma a su historia, Castro combina timbres regionales con sintetizadores, guitarras eléctricas y un uso extensivo del estudio de grabación, logrando capturar el color local de la festividad dentro de una cuidada y bastante funcional sonoridad pop. Con todo, el mayor logro del single no se halla en esta síntesis de lo tradicional y lo moderno, sino en el uso que Castro hace de las formas de la canción popular; dejando que la estrofa, el coro, el puente y demás secciones lo conduzcan a desarrollar una historia con altas y bajas, idas y venidas. Así, el músico ayacuchano logra hilvanar una narración que captura la transformación emocional del narrador a lo largo de su enamoramiento, recordándonos la enorme capacidad expresiva que una canción de amor puede llegar a tener cuando se lo propone.
Con una melodía que encuentra su nervio expresivo dilatando las cuerdas vocales del cantante y una base rítmica que se desliza sobre la guitarra como quien se entrega a la fuerza de gravedad tras lanzarse en bicicleta por una pendiente, el single más reciente de Suerte Campeón cumple con el mandato esencial del power pop: demandar amor a cambio de una impulsiva intensidad romántica. “Amor / no te vayas a asustar / por mi inestabilidad / cuando actúo sin pensar”, confiesa el coro, y, aunque las palabras nos lo advierten, caemos en la trampa: en menos de dos minutos la canción nos convence de que, a pesar de su toxicidad y su imprudencia, este es el tipo de amor que necesitamos. Mejor seguir la vieja advertencia griega y escucharla amarrados a un mástil para no lanzarnos al vacío: el tintineo de las guitarras eléctricas, el pulso fortificante de la batería y las insistentes melodías vocales pueden ser tan irresistibles como el canto de las sirenas.
Salvadas las distancias, escuchar a Susana Baca versionar las canciones de Chabuca Granda es como ver a Rafael Sanzio pintar nuevamente “La Última Cena” de Leonardo da Vinci. Evidentemente, las dos cantantes peruanas no pertenecieron al Alto Renacimiento, pero ambas han compartido un mismo objetivo: trabajar los sonidos de raíz afroperuana hasta conseguir un nuevo, elegante y sofisticado estilo de música popular con proyección internacional. Por un lado, tenemos a Granda, la figura venerable que sienta las bases del proceso; por otro, a Susana, su mejor discípula, quien depuró y simplificó estas bases, volviendo el estilo más digerible para un público internacional que ya abarca varias generaciones y que asume el estilo de Baca como la lengua franca de la música global de raíz afroperuana. Ahora, para enfatizar el vínculo entre ambas, el nuevo álbum de Susana, Cántenme, está dedicado por completo a las composiciones de Chabuca. En él, Baca lleva la depuración y estilización del cancionero de su maestra a sus principios más básicos: fugaces y cristalinas melodías jazz en el piano, un contrabajo guiado por un sólido espíritu de contención, un uso del cajón que difumina sus contornos para permitir el ingreso de sugestivos pulsos africanos y una voz que desde muy joven siguió el mandato “menos es más”. El resultado, a primera vista, puede escucharse como el esperado homenaje de una alumna a su maestra; pero, desde otra perspectiva, es el final de la deuda que Baca mantenía con Granda: ahora estas canciones son completamente suyas y, gracias al prestigio internacional de Susana, pueden ser consumidas como el más reciente modelo de música global de raíz afroperuana.